jueves, 19 de septiembre de 2013

El viaje

Siempre me ha gustado viajar, el avión tiene su encanto, sobre todo cuando el viaje tiene motivos vacacionales. De todas los cuatro países que he visitado hasta la fecha (sin contar Suecia), tres de ellos eran destinos transatlánticos, con las horas de avión que eso conlleva. Así que uno podría pensar que un viajecito hasta Umeå no debería de ser gran cosa, "acostumbrada" (y lo pongo entre comillas porque no sé si alguien puede acostumbrarse a eso) a viajecitos de 7-10 horas en clase turista en una bañera con alas. Y sin embargo creo que el viaje que más aburrido y pesado se me ha hecho, ha sido este último.

Ya sabía yo que viajes directos Madrid Barajas-Umeå iban a ser más que imposibles. Con posterioridad me he enterado de que Madrid-Umeå es efectivamente inviable, pero Alicante-Umeå en vuelo directo en temporada estival (hasta noviembre, que a los suecos ya no les apetecerá venir al frío español) es factible al fletar ciertas compañías vuelos charter. Tarde para mí. El caso es que parece ser que no sólo es difícil llegar a Umeå, también se complica incluso llegar a la capital sueca, Estocolm,o en vuelo directo desde Madrid. El resultado es que un viaje directo de, como mucho 5 horas hasta Umeå, en el mejor de los casos se convierte en otro de unas 7 u 8 horas contando escalas y demás. 

De los dos viajes que tendré que hacer, ida y vuelta, tuve la suerte de al menos la ida tener vuelo directo Madrid Estocolmo, y de Estocolmo al pueblo, que como ya comenté, está 500 kilómetros más arriba. Sin embargo la vuelta no será tan sencilla y tengo que hacer dos escalas: Umeå-Estocolmo, Estocolmo-Frankfurt, Frankfurt-Madrid. Todo un periplo. Encima tengo que esperar tres horazas y media en Frankfurt y llegaré a España a eso de las doce de la noche, saliendo de aquí a la una de la tarde (total: nueve horas). Menos mal que vuelvo un viernes.

Y ya hablando de mi viaje de llegada a Umeå. Imaginad. Menudo espectáculo en la terminal. Creo que si me hubiesen llevado a ajusticiar no lo habría pasado tan mal. Al menos tuve la suerte de despedirme allí de mi neno, que pudo pedir el día libre para llevarme al aeropuerto. Aunque a veces me pregunto si no habría sido mejor despedirse antes, en casa, y no ir viéndole cada vez más lejano, mientras iba pasando los controles de seguridad del aeropuerto, mirando hacia atrás a cada instante y preguntándome si ésa sería la última vez que le viera...

Con todos estos fantasmas andaba yo, y al menos suponía (y esperaba) que seguramente no habría mucho español en el avión y no tendría que aguantar peroratas ajenas. Porque parece que a los españoles nos sacan de las cuatro capitales europeas más conocidas y nos perdemos. El caso es que me alegré, porque todo el mundo sabe que los españoles tienen la mala costumbre de hablar con el de al lado y no callarse ni un minuto, mientras que los suecos son diametralmente opuestos (en tantas cosas) y es sabido que prefieren evitar el contacto social innecesario, véase, con la persona desconocida que se sienta a tu lado en un avión. Bueno, pues en esto como en tantas otras cosas tampoco tuve suerte. Y no, la persona a mi lado no era española, pero tampoco sueca. Sin embargo hablaba el español perfectamente y al igual que los españoles no iba a dejarme descansar un minuto. Así que ahí estuve yo, casi 4 horas seguidas escuchando la vida y obra de aquel completo desconocido, hasta la llegada a la capital sueca. Menos mal que allí nuestros caminos se separaron.  Una cosa que me sorprendió de la compañía aérea fue que no servían un tentempié incluido en el precio del billete, aunque tenían tarifa plana de café y té durante todo el trayecto.

En cuanto me separé de mi compañero hablador empezó la carrera. Resulta que los vuelos internacionales en Stockholm Arlanda llegan a una terminal, mientras que los nacionales lo hacen a otra terminal en el extremo más alejado posible dentro del aeropuerto, así que hay un buen paseo entre un punto y otro. Y como iba perdida tampoco quise entretenerme mucho por allí, a pesar de tener casi dos horas de tiempo entre vuelo y vuelo. Y al final fueron tres horas porque el de Umeå se retrasó (por motivos que desconozco) casi una hora, de las 17.30 que tenía que haber despegado a las 18.20, cuando por fin lo hizo de verdad. Lo único bueno fue no tener que cargar con las maletas al ser la misma compañía aérea la que operaba ambas rutas. Si hubiese ido con diferentes compañías, habría tenido que esperar a que saliera mi maleta en una terminal y haber ido cargada hasta la otra terminal a facturar de nuevo, cosa que posiblemente tenga que hacer a la vuelta. Una vez encontrada la puerta de embarque decidí comer algo, aunque tenía el estómago cerrado de los nervios. Para colmo de males tuve un percance con las botas que llevaba, me las tuve que quitar otra vez en el control de seguridad en la terminal de los vuelos nacionales, y al volver a ponérmelas se rompió la cremallera. Así que ahí estuve yo, dos horas, con la bota a medio poner y sintiéndome más fuera de lugar que nunca antes en mi vida.

Ya rumbo a Umeå la cosa fue más tranquila. Supongo que sería la única española que había en el avión, y uno de los pocos extranjeros. Una vez más tuve tarifa plana de café a bordo, aunque no lo aproveché demasiado, ya bastante alterada me sentía. Y así una hora después llegué a mi destino. Un hecho curioso fue comprobar que en este pueblo todo el mundo tiene acceso al recinto donde esperas a que salgan tus maletas. Ahí estaba muerto de asco por la espera el que sería el supervisor de mi trabajo aquí, esperando al lado de la cinta. Tanto me sorprendió verle allí que no dí crédito a mis ojos y me puse a esperar la maleta. Pero sí, era él. Supongo que la tasa de criminalidad en esta ciudad es tan baja que el acceso a ciertas áreas del aeropuerto como la sala de recogida de equipaje no están protegidas por ningún tipo de medida de seguridad. Anonadada me hallo.

Y así fue como llegué a Umeå. Frente a mí, tres meses de soledad y a saber qué más.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Antecedentes

Tan pronto puse mis pies en el avión que me llevaría en vuelo directo de Madrid a Estocolmo empecé a sentirme mareada. ¿Qué leches estaba haciendo aquí? Era la única pregunta que me venía a la cabeza. Claro que la respuesta era sencilla y evidente. Yo sola me lo había buscado, y aun así no podía parar de repetírmelo. Desde luego no era la primera vez que este pensamiento me venía a la cabeza, si bien de manera vaga, como si en unos días más no fuese a estar de camino a Suecia, como si por un milagro ese viaje fuera a evitarse. Sólo en ese momento, en el avión de Scandinavian Airlines con destino Estocolmo, me di perfecta cuenta de que era una realidad: iba a estar durante tres meses completamente sola en una ciudad llamada Umeå.

¿Y por qué? La culpa de todo este sacrificio la tiene la ciencia. Como algunos posiblemente sepan y para información de aquellos que no, estoy haciendo la tesis doctoral en el campo de la genética y la biología molecular en plantas. Hace justamente un año (como hasta ahora y a pesar de la crisis ha sucedido todos los años), me surgió la oportunidad de pedir unas ayudas concedidas por el Ministerio para realizar estancias breves en otros centros de investigación. La dotación económica para aquellos que deciden salir de España (y supongo que para los que no salen de aquí) era bastante golosa. También tenía en la cabeza solicitar la mención internacional al título de doctor, cuyos requisitos son haber estado trabajando durante al menos tres meses en un centro de investigación diferente al del candidato solicitante, en mi caso España. Sumado a la experiencia de haber estado trabajando en otro centro de investigación distinto al de partida (y con el consecuente engrosamiento curricular) hacían la idea muy interesante. Y siempre me ha gustado viajar y conocer otros países y culturas. Así que me dije, ¿por qué no? Me llamaba mucho la atención Estados Unidos (si bien no es una cultura nueva para mí pues estuve viviendo allí un mes con otra ayuda del ministerio), con su tecnología puntera y sus centros de investigación de prestigio como pueden ser Stanford, Yale, Berkeley… y suma y sigue (lo mismo que podemos decir de España, ¿verdad?); así como Australia, donde había grupos de investigación trabajando en temas estrechamente relacionados con el de mi tesis doctoral. Y qué narices, oportunidades como ésta no se tienen todos los días. Y concretamente para mí posiblemente fuera la última, puesto que en 2014 termino (con suerte) la tesis y ya me sería imposible pedir una nueva ayuda.

Sin embargo las cosas no salen nunca como se planean. Intenté contactar con algunos grupos en Estados Unidos que ni siquiera llegaron a contestar. Y por otra parte mi supervisor dijo que no le parecía tan buena idea la de marchar a Australia, porque según él, no iba a aportar nada nuevo a mi carrera. Como alternativa pensó en Umeå. Por aquel entonces, inocente de mí, no tenía ni la más remota idea de dónde estaba ese sitio. Luego me enteré de que uno de mis compañeros había pasado dos años allí investigando, hablaba del lugar como “el pueblo”. Eso me dio qué pensar.